
La arquitectura tiene —debe—, tener ese enorme poder que llamamos «transformar el mundo». Día a día, los arquitectos toman decisiones que pueden llegar a ser más determinantes de lo que pensamos: sus diseños no solo establecen la manera en que —y muy especialmente— habitamos la ciudad y el territorio, sino que además definen quiénes somos, qué posibilidades tenemos y cómo nos relacionamos con los demás individuos. Una serie de arquitectos o equipos con vocación arquitectónica están saliendo de su contexto inmediato para poner la mirada en zonas y comunidades donde la arquitectura espectacular parece no tener lugar, desafiando los estilos y las lógicas constructivas tradicionales para demostrar que su influencia, aplicada solidaria y colaborativamente, realmente puede marcar la diferencia, esa que llamamos «transformar el mundo».
Y es así que, con este artículo, quisiéramos comenzar a transcender los objetivos de esta iniciativa del mero gabinete de curiosidades hacia una energía que debe inspirarnos en nuestra relación con el medio ambiente y las infinitas posibilidades que nos ofrece para avanzar. Para ello, nada mejor que referirnos al Premio Pritzker del presente 2014, Shigeru Ban.
Nacido en Tokio, en 1957, y tras formarse en Sci-Arc~Southern California Institute of Architecture de California y posteriormente en la neoyorkina Cooper Union School of Architecture, en 1985 retorna a Tokio donde de forma inmediata comienza a experimentar con materiales que nunca antes habían sido usados para la construcción —«cada vez que descubrimos o inventamos un nuevo material, también una nueva arquitectura emerge»—. Y la oportunidad de mostrar al mundo que se podía construir con materiales ligeros y baratos le llega en 1995, cuando, como respuesta al terremoto ocurrido en Kobe, Japón, Ban construye una serie de viviendas de emergencia, y posteriormente, una iglesia con un singular material: tubos de cartón sacados de las fabricas de textil.
Este par de proyectos, sencillos y económicos, fáciles de montar y desmontar, reutilizables, ecológicos, con uso de materiales de fácil disposición y sin requerimientos tecnológicos, se vuelven el inicio de una serie de trabajos humanitarios que lo llevaron a desarrollar vivienda, instalaciones de primeros auxilios, escuelas y hasta templos de oración en lugares afectados por desastres naturales o bélicos. Sus proyectos han estado presentes en el conflicto racial de Rwanda (1995), en los terremotos de Turquía (2000), India (2001), China (2008) o Haití (2010), o el tsunami de su país, Japón (2011). Y siempre sin olvidar la estética y la belleza, de hecho, el que estos factores sean por él atendidos aún en estas dramáticas condiciones, es esencial para el estado psicológico de los refugiados: «Incluso en las áreas de desastre, como arquitecto, quiero crear edificios bellos, para mudar a la gente y mejorar sus vidas. Si no lo sintiera de esa manera no sería posible crear trabajos de arquitectura y hacer una contribución a la sociedad al mismo tiempo».
Pero aún cuando se trata de demostrar cierto grado de espectacularidad, su posición ha sido la de un arquitecto honesto. Tal es el caso del pabellón japonés para la Exposición Universal de Hannover del año 2000. Atendiendo al tema central de la exposición, la sostenibilidad, Shigeru Ban realizó en colaboración con el arquitecto alemán Frei Otto y el estudio Buro Happold, un edificio cuyos materiales —papel y cartón— regresaron a la planta recicladora que lo devolvió a su estado original.
Si bien es cierto que su reputación le ha proporcionado grandes encargos, como el Centre Pompidou–Metz, Shigeru Ban sigue dedicando la mitad de su tiempo a un trabajo que no le proporciona salario alguno, pero que a cambio le exige agudizar el ingenio y proseguir en la estela de la innovación: la emergencia. Y en ella pone la misma perseverancia tanto en realizar arquitecturas de primeros auxilios como en enseñar cómo hacerlas a locales, voluntarios y estudiantes. Desde luego, su descenso hasta las necesidades reales apunta hacia una arquitectura en los antípodas del espectáculo, más interesada en solucionar que en impresionar, que excede el diseño para cambiar radicalmente las prioridades de esta disciplina.
Nada mejor para entender la transcendencia de su actitud ante su oficio como recuperar el acta del jurado del Pritzker 2014: «Desde su creación hace treinta y cinco años, el objetivo del Premio Pritzker de Arquitectura es reconocer a los arquitectos vivos por su excelencia en el trabajo construido como también en la contribución significativa y consistente hacia la humanidad. Shigeru Ban […] refleja al máximo este espíritu. […] durante más de dos décadas ha convertido su oficio en una suerte de generador de respuestas creativas a situaciones extremas causadas por devastadores desastres naturales. Sus edificios entregan refugio, centros comunitarios y lugares espirituales para aquellos que han sufrido enormes pérdidas y han sido víctimas de la destrucción. Cuando ocurre una tragedia, allí está él desde el principio, como en Ruanda, Turquía, India, China, Italia, Haití, y por su puesto su país de origen, Japón.»